La obra de Concha Martínez Barreto (Fuente Álamo, Murcia, 1978) supone una intensa reflexión sobre la fragilidad de la memoria y, a la vez, sobre la propia identidad, las conexiones intergeneracionales, la muerte y el olvido. S/T 34 (2021) es un claro ejemplo de ello.
A través de diferentes técnicas y medios, indaga en el pasado, pero no intentando la reconstrucción imposible de lo perdido o un árido trabajo de catalogación, sino como una tarea que da cuenta precisamente de la dificultad de toda rememoración, de la importancia de mostrar los fragmentos, las huellas que deja el tiempo.
El encuentro con unas antiguas fotografías familiares, la lleva a plantear Los nombres, un políptico de doce piezas concebido como una intensa reflexión sobre la fragilidad de la memoria y sobre la propia identidad, las conexiones intergeneracionales, la muerte y el olvido.
Dibujos minuciosos y a la vez frágiles (como es el caso de la serie El viaje) que le sirven para dar cuenta del esfuerzo por recordar y del fracaso de ese intento; de cómo la memoria heredada está llena de elipsis, interrogantes y dudas.
El suyo es un trabajo sobre la propia identidad, las relaciones, el tiempo y sus huellas. Una obra que habla de la necesidad de equilibrio, de la dicotomía lastre / deuda: de las heridas y el reproche, pero, sobretodo, del amor.
La artista sabe que pintar no consiste, ni ha consistido jamás, en reproducir una realidad supuestamente extrapictórica, hecho que constituye en toda su extensión la crisis de la pintura. La autenticidad en su proyecto es cuestión de sensibilidad: radica en la capacidad que ostenta para provocar la empatía en el público a partir de sus propias experiencias y las que recopila de extraños y allegados. Habitualmente entendemos la verdad como una interpretación culturalmente verosímil, pero aquí es el cuadro, la fotografía, el dibujo, la escultura, la instalación, la obra de arte, lo que tematiza, la que saca a la luz o descubre su verdad.