El artista vasco Iñigo Arregi nos muestra sus esculturas y relieves bajo un mismo concepto plástico que tiene en común su afán por las formas geométricas que se entrecruzan. Es el caso de “Hirubide” (2021). Las piezas, en distintos planos que se sobreponen, alineaciones que, en el caso de las esculturas, se encajan entre sí para conformar un todo armónico formado por planos que se reúnen o conjuntan, que pueden separarse y unirse otra vez como si de un rompecabezas se tratase.
Los volúmenes murales, realizados a base de cartón, dibujo y pinturas, mantienen el mismo criterio que las esculturas. La relación de Iñigo Arregi con el acero corten viene de lejos y ha sido fructífera durante décadas. A Iñigo le facilitó el traslado de sus ideas a unas formas en las que prima el argumento y la experimentación; también le permitió jugar con el tiempo gracias a las propiedades del propio metal, cuya oxidación trabaja en su propia resistencia. Así, verticalidad y horizontalidad no solo se proyectan en el plano físico, también lo hacen en el tiempo.
Distintos planos que se suceden uno tras otro y que conforman unas perspectivas únicas y originales, unos entramados en los que la estética se permite un juego lúdico de efectos y vistas. Un discurso de referencias no explícitas, de complejos argumentos relacionados con las emociones. Visiones únicamente frontales, a diferencia de las esculturas que pueden contemplarse desde cualquier perspectiva.
La experiencia, propia y de aquellos que le inspiraron, es el motor de sus obras. En ellas, encontramos la esencia de toda una tradición de escultores vascos, una en la que el propio Iñigo ya ocupa un papel crucial para entender las obras que vienen y vendrán.