Si algo tiene la tradición es que despierta debates fértiles acerca de su diálogo con el presente. Para algunos, esta conversación es ineludible, mientras que otros ven el pasado como un ancla que no permite a las nuevas generaciones impulsarse hacia el futuro. Para Vicente Prieto Gaggero, la tradición es una herramienta política, la estrategia que le permite reflexionar sobre el control existente en nuestras sociedades; un ejercicio biopolítico que no anda muy alejado de los procesos coloniales que, a partir del siglo XVI, arrebataron a los pueblos latinoamericanos sus territorios ancestrales.

En su caso, la tradición emerge del pasado en forma de técnica escultórica: el bruñido. Sus obras defienden unos procedimientos sostenibles, así como una materia prima de nulo impacto ambiental como el barro. El resultado es una serie de obras que apuntan a esa esencia ancestral, a una organicidad que acude al presente del arte para cuestionar los mecanismos de control que caracterizan a nuestras ciudades posmodernas. Así, en las obras que constituyen Blindaje por resonancia, nos podemos encontrar estructuras panópticas fabricadas en barro que ahondan en esta necesidad por parte de las autoridades (gubernamentales, corporativas, culturales…): el interés en controlar a todas horas lo que ocurre dentro de sus límites para desplegar nuevas estrategias de control que mantengan esta rueda en movimiento. En este escenario, al usuario solo le queda defenderse, establecer muros al control, evitando así, como defendía Foucault, que el poder le atraviese y se asiente dentro de su ser.

Las obras que componen Blindaje por resonancia son esa defensa del sujeto, una suerte de capas que, desprendidas de su ser, ejercen de prueba de la resistencia política. Para algunos podrían ser despojos, barro sin esmaltar de potencial valor arqueológico, para Vicente es el eco de viejas resistencias, como la muralla que sobrevivió a la batalla.

El hecho de que nos encontremos en una era de interactividad también beneficia a la personalización de esa batalla, nuestra batalla, ya que Vicente abre la posibilidad de apropiarnos de la lucha a partir de la única obra pictórica que vertebra la exposición. Ese individuo extendido sobre la hierba podría ser el espectador, depositado en una geografía posible (las mesetas patagónicas de Tierra del Fuego como las conocemos o cómo nos dicen que son); las personas que aún buscan soluciones en el arte, que ansían esa resonancia positiva que les interpele y que les permita narrar su experiencia real en estos tiempos de virtualidades. El blindaje de las esculturas de Vicente Prieto Gaggero transita la vida y la muerte. El sujeto que protagoniza esta serie está abierto a numerosas interpretaciones: ¿Descansa? ¿Medita? ¿Sueña? ¿Abandona este mundo? La suya es una pugna, más que biopolítica, necropolítica, enfrentado como está a los poderes que deciden quién vive y quién muere, qué culturas surcan los siglos y cuáles son, progresivamente, condenadas a la extinción. De ahí que Vicente confíe en el bruñido y en el barro, en la técnica tradicional, para demostrar a estas fuerzas que los individuos también pueden enfrentarse a esta economía de la muerte, a las tecnologías que, con sutileza, se nos implantan en el día a día y que, por canales tétricos aunque sutiles, salvan o condenan vidas en pos de la producción.

En cualquier caso, Blindaje por resonancia arroja un mensaje esperanzador: la tradición no se deja matar y, si bien muchos discursos tratan de politizarla en su beneficio, su esencia emerge como bálsamo que purifica la ideologización.