Elogio de la espera

Desde la existencia de la humanidad, la arquitectura ha servido como refugio a centenares de generaciones. El paisaje ha sido objeto de conquista por parte del hombre principalmente para protegerse de sus inclemencias.

Lo que empezó como una necesidad, ha ido evolucionando hasta convertirse en un lucrativo negocio, provocando la sobreconstrucción del suelo y saturando un mercado ya de por si colapsado. Lugares caducados antes de su inauguración, edificios que nunca se terminaron y que nunca cumplieron su función de cobijar a nadie.

Un legado físico en forma de realidades construidas y espacios transformados con la que nosotros y las generaciones venideras deberemos lidiar durante largas décadas.

La imagen presentada, sobria y onírica, nos muestra una ruina contemporánea a orillas del Mediterráneo. Un testimonio por desgracia demasiado recurrente en este territorio.

Su estado incompleto y hasta cierto punto trágico, ejerce de recordatorio, remplazando una memoria siempre incompleta y fugaz, marcando el lugar. Una estructura convertida en un monumento a los poderes limitados del hombre.

Si cada sociedad tiene el paisaje que le corresponde, es el momento de preguntarse si queremos dejar atrás un suelo lleno de residuos de hierro y hormigón y transitar hacia una geografía voluntaria que beneficie el conjunto de la sociedad, o seguir viviendo en una ciudad inacabada y decadente como una postal Ballardiana.